Lecciones de inversión tras dos años de pandemia

El coronavirus ha puesto de manifiesto una realidad: lo dependiente que son los mercados financieros de las autoridades monetarias y fiscales.

Se cumplen dos años de la pandemia de Covid-19. La peor crisis sanitaria del planeta vivida en este siglo que ha dejado atrás casi seis millones de muertos y más de 500 millones de personas contagiadas. El 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba el coronavirus como pandemia, marcando un antes y un después en nuestras vidas. Tres días más tarde, el 14 de marzo, se declaró en España el Estado de Alarma y con él el confinamiento general de toda la población.

Más allá del impacto personal que la pandemia ha dejado en cada uno de nosotros, los inversores tuvieron que hacer frente a fuertes caídas en los mercados durante las primeras semanas. Si algo nos ha dejado claro el coronavirus es que los inversores tienen que estar más preparados para futuros cisnes negros. Por todo ello, hemos querido conocer qué lecciones han aprendido a la hora de invertir los profesionales de la industria de la gestión de activos de todo lo vivido en estos dos años.

 

Dos años de pandemia: ¿qué hemos aprendido?

 

Francisco Quintana, Director de Estrategia de Inversión de ING

La pandemia nos ha dejado cuatro grandes lecciones a la hora de invertir.

En primer lugar, nos hemos dado cuenta de que siempre hay que dedicar tiempo y energía al análisis de riesgos extremos. La pandemia no es un “cisne negro” (hemos tenido muchas en el pasado y podríamos haber tomado medidas preventivas) pero sí es un evento de baja probabilidad y enorme impacto. Hay muchos otros ejemplos similares—ataque cibernético, apagón energético, interrupción de comunicaciones por satélite por una tormenta solar, ataque químico—y aunque invertir con la única prioridad de protegerse de estos eventos potenciales no es razonable, un inversor debe diseñar su cartera teniéndolos en cuenta.

Un segundo aprendizaje tiene que ver con las viejas estrategias, parece que funcionan. La diversificación sigue siendo la mejor herramienta para navegar un mundo incierto. Y el coste bajo, y la sangre fría para no perder dinero intentando adivinar los giros del mercado. Pero de todas estas técnicas, la diversificación sigue siendo la más poderosa. Activos que pueden perder su atractivo durante muchos años—bonos, oro, petróleo—justifican su presencia en las carteras de los inversores conservadores en periodos así, y el que las ignora suele lamentarlo.

Además, hemos visto como en periodos de crisis, la economía del comportamiento es una herramienta de inversión aún más valiosa. Bajo estrés, algunas reacciones irracionales se amplifican. Por ejemplo, el sesgo de actualidad, que da más peso a observaciones recientes a la hora de modelar el futuro. En abril de 2020 muchos invertían como si la normalidad nunca fuera a regresar. Aportar por el sector de la energía, hostelería, viajes o restauración parecía una locura. Invertir en el momento de mayor miedo en esos sectores hubiera sido un gran negocio. La energía lideró las subidas en 2021 y hace unos días la rentabilidad—desde el inicio de la pandemia—de la cadena hotelera Hilton superó a la del software de reuniones online Zoom.

Y, por último, una lección muy valiosa: nadie ha ganado dinero apostando contra los bancos centrales en los últimos quince años. Si la Fed o el Banco Central Europeo anuncian su intención de apoyar un determinado activo, apuesta por ese activo. Une tu dinero al del banco central porque nada parece ser capaz de descarrilarlos. Siempre han sido instituciones relevantes, pero nunca tan determinantes como en este periodo de la historia. En el futuro podría no ser así, pero de momento, es incontestable.

 

David Ardura, director de inversiones de Finaccess Value 

Más allá del indiscutible impacto personal que la pandemia ha tenido sobre el conjunto de la sociedad, estos dos años de Covid nos han dejado un buen número de lecciones en lo que al mundo de la inversión se refiere. La principal tiene que ver con la reacción del mercado ante los eventos inesperados. Estamos acostumbrados a que los gestores, analistas y estrategas presentemos, normalmente a finales de año, los riesgos que pueden cambiar la hoja de ruta del mercado. El problema viene cuando nos damos cuenta que si todos esos riesgos están ahí, escritos sobre el papel, el mercado ya los ha incorporado en alguna medida en sus cotizaciones.

Al igual que sucedió en la gran crisis financiera, la posibilidad de una pandemia no aparecía en ninguna de las previsiones. Pertenecía a ese mundo de cisnes negros que, lamentablemente, estos últimos años han sido más habituales de lo deseable. Por esto no debe extrañar el efecto tan devastador que tuvo sobre el mercado, tanto en la cuantía de las caídas como, especialmente, la rapidez de las mismas. Esto último es otra lección a aprender, lo rápido que se puede mover el mercado ante un evento de riesgo. A diferencia de otras situaciones de caídas en mercado, más prolongadas en el tiempo, la caída en la pandemia dejó a los inversores sin capacidad de reacción, por lo que intentar anticiparse al mercado volvió a mostrarse, una vez más, ineficiente. (recordemos que la violencia y velocidad del rebote fue proporcional a la de las caídas).

La pandemia también puso de manifiesto una realidad dolorosa y que es tema de debate estos días: lo dependiente que son los mercados financieros de las autoridades monetarias y fiscales. Vaya por delante que, volviendo a finales de marzo de 2020, no había otra solución que una acción coordinada de políticas fiscales y monetarias. Esto salvó el mercado y propició la recuperación del mismo. Sin embargo, como toda medicina contundente, no es sencillo retirársela al enfermo y los efectos secundarios son importantes.

Ahora debatimos sobre la inflación (hablando de eventos inesperados) y sobre la retirada de estímulos y subidas de tipos que amenazan la recuperación económica. Está por ver, especialmente en Europa, si el mercado y la economía pueden convivir con esto sin devolvernos a la recesión.

Una de las utilidades de la historia es que está ahí para aprender de ella pero, posiblemente, volvamos a pensar que somos capaces de anticipar el futuro, que todo se puede modelizar y controlar y que los eventos de cola merecen ser despreciados. Asumiendo que nada de esto es posible, el mejor aliado del inversor seguirá siendo mirar al largo plazo, invertir con sentido común y pensar que las crisis traen aparejadas, siempre, grandes oportunidades.

 

Thomas Hempell, Jefe de Análisis Macro y de Mercado de Generali Investments

Es difícil parecer exagerado al hablar de las dimensiones históricas de esta pandemia, un acontecimiento que ha costado casi seis millones de vidas y más de 400 millones de personas infectadas hasta ahora. Ha provocado la recesión mundial más profunda desde la Segunda Guerra Mundial, una de las recuperaciones más fuertes y un cambio profundo en modelos y lugares de trabajo, interacciones sociales y relaciones económicas. Desde el punto de vista del inversor, destacan tres lecciones.

En primer lugar, la Covid es un recordatorio de que los inversores deben prepararse para considerar con mayor frecuencia cisnes negros en sus expectativas de rentabilidad a largo plazo y en la gestión del riesgo. En un mundo interconectado, las cadenas de suministro internacionales y los viajes globales permiten que las disrupciones (por enfermedades, tensiones geopolíticas, etc.) se conviertan en problemas globales más rápidamente. Esto es especialmente real en el caso del cambio climático, que aumenta el riesgo de catástrofes naturales con repercusiones más amplias en la migración y la geopolítica. Además, la estrecha red de sistemas y programas informáticos mundiales aumenta las vulnerabilidades cibernéticas globales.

En segundo lugar, las crisis son oportunidades para los inversores “contrarians” si los profundos bolsillos de los gobiernos y los bancos centrales están de su lado. A diferencia de la Gran Crisis Financiera de 2008/2009 y de la crisis de la deuda europea, los gobiernos y los bancos centrales actuaron con rapidez y audacia durante la Covid. Esto ha contribuido a que la economía mundial se recupere mucho más rápido aunque sea a costa de un aumento de la deuda pública. La renta variable mundial casi se ha duplicado desde sus mínimos de marzo de 2020, gracias a los beneficios de los “contrarians” que compraron durante las ventas.

En tercer lugar, el lado de la oferta es importante. A raíz de las perturbaciones mundiales, los inversores y los economistas deben apreciar mejor los cambios en la capacidad productiva de la economía y sus implicaciones para los activos. La inflación, por ejemplo, se mantendrá elevada de forma más duradera en el mundo postcovid. El cambio climático aumenta los riesgos de los precios, debido a los costes derivados de una mayor incidencia de las catástrofes naturales y de las políticas de mitigación. Una reactivación estructural de la inflación también significa el fin de la era de tres décadas de rendimientos bajos y decrecientes.

 

Johanna Kyrklund, responsable global de inversión multiactivo de Schroders

A pesar de los escasos conatos de normalidad que tenemos cuando las tasas de contagio por Covid descienden, la crisis actual está lejos de haber terminado. Además, la pandemia obligó a los gobiernos a poner estabilizadores en la economía para frenar la volatilidad cíclica. Pero ahora, esos estabilizadores desaparecerán y el sector privado tendrá que tomar el testigo del crecimiento.

Este escenario nos muestra que estamos ante un mundo cambiante. Así pues, si en los últimos 25 años nos hemos centrado en el ciclo de los tipos de interés, en el futuro, la fijación de precios, la regulación del carbono y la adopción cada vez mayor de fuentes de energía sostenibles, serán igual de fundamentales para el comportamiento del mercado.

Según nuestros análisis, ahora estamos entrando en una fase más madura del ciclo económico, cuando el impulso del crecimiento alcanza su punto máximo y los bancos centrales comienzan a retirar su apoyo. Esperamos que la rentabilidad de la renta variable sea más moderada pero aún positiva, apoyada por unos sólidos beneficios corporativos.

La inflación es un tema recurrente, y estamos de acuerdo en que a medio plazo es probable que nos encontremos en un entorno más inflacionista en comparación con la última década. Esto está impulsado por el aumento de los salarios, la desglobalización y la descarbonización. A más corto plazo, esperamos que el impulso inflacionista llegue a su punto álgido a medida que se alivien los cuellos de botella de la oferta, aunque los bancos centrales seguirán subiendo los tipos.

A nivel bursátil, será importante identificar a las empresas con poder de fijación de precios, dado el riesgo que supone para los márgenes el aumento de los costes de los inputs de producción y los salarios, pues estas compañías estarán mejor situadas para capear el temporal. En cuanto al mercado de deuda, la voluntad de los bancos centrales de empezar a subir los tipos en respuesta a las presiones inflacionistas debería ayudar a mitigar cualquier venta en el tramo largo de las curvas de rendimiento de la deuda pública.

El único ámbito que podría sorprender es China, donde, a diferencia de otras grandes economías, la política se está tornando optimista.

Con todo ello, podemos concluir que esta pandemia nos ha demostrado que los tiempos cambian, las oportunidades persisten, pero la capacidad de ser flexible y ágil será la clave. En términos más sencillos, hay que diversificar el riesgo: no es el momento de hacer grandes apuestas.

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